Calles Godoy Cruz y Pedro García, San Antonio Oeste, Argentina
+54 9 293 446 0311
cddtucasasao@gmail.com

Rendirse para ganar

Iglesia Cristiana Evangélica

Hay dos principios que operan en este mundo. Cada persona vive bajo uno de estos dos principios. Seguramente muchos no lo reconocen, pero en este momento tú, yo y todas las personas del mundo estamos viviendo bajo uno de estos principios, que guían nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar.

El primero es el principio de la ley. El principio de la ley es muy sencillo. Si haces lo que debes hacer, si obedeces, te irá bien. Por lo menos, evitarás un castigo; puede ser que incluso recibas algún beneficio. Por ejemplo, si manejas por la ruta sin violar las leyes de tránsito, generalmente evitarás una multa.

Así es que funciona la ley. Funciona en base a lo que te mereces. Es un principio que se extiende a cada parte de nuestra vida. En la familia, es la base de la disciplina de los hijos.

En el trabajo, define la relación entre patrón y empleado. Si haces el trabajo, recibes tu salario; si no cumples con las instrucciones, puedes terminar despedido.

Dios también dio leyes a su pueblo. Eran leyes muy buenas. Si se obedecían, habría bendición. La sociedad prosperaría. Todos vivirían en armonía. Por esto, Dios dijo a su pueblo: «Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el Señor. » (Levítico 18:5)

Dios le dio a su pueblo una ley que era perfecta para ellos, y luego les prometió vida a través de estos mandamientos. ¿Cómo llegaría esa vida? Solamente llegaría por medio de la obediencia. Así es que funciona la ley: la obedeces, te portas bien, y recibes los beneficios. ¡Fácil! ¿No?

Sólo hay un pequeño problema con el principio de la ley. Este principio es esencial para las sociedades humanas; sin leyes, la sociedad se convertiría en un caos. Pero el problema con el principio de la ley es que nosotros, los seres humanos, somos débiles. Dios nos promete vida si obedecemos toda su ley, pero ninguno de nosotros ha sido capaz de hacerlo.

El reformador Martín Lutero se guió por el principio de la ley. Cuando era joven, fue sorprendido un día por una fuerte tormenta. En medio de los rayos y truenos que lo rodeaban, asustado y desesperado, gritó: «Santa Ana, si me salvas de esta tormenta, ¡me haré monje!» Poco a poco se calmó la tormenta, y él abandonó la carrera de leyes que llevaba para convertirse en monje.

¿Te das cuenta de la manera en que funcionó el principio de ley en la vida de Lutero? Creía que tenía que hacer algo para merecer algo. Si quería ser salvo de la tormenta, tendría que dar algo a cambio. Es como un trueque. A cambio de algún sacrificio, Dios nos concede su perdón, su bendición o la petición que levantamos en oración.

Sin embargo, como monje, Lutero no logró encontrar la paz. Nunca sentía que lo que hacía era suficiente. Dormía en el suelo de su celda sin cobija durante el frío invierno, se confesaba constantemente y trabajaba arduamente. Sin embargo, nunca sintió la seguridad de haber hecho lo suficiente.

La solución al problema llegó cuando Lutero descubrió en la Biblia el otro principio de vida, que es el principio de la gracia. El siempre había pensado que la gracia de Dios es algo que nos ayuda, pero que nosotros tenemos que poner mucho de nuestra parte. En otras palabras, después de que nosotros nos esforzamos hasta más no poder, Dios nos da lo que falta.

La revelación le llegó cuando finalmente comprendió Romanos 1:17. La traducción Dios Habla Hoy lo expresa así: «Pues el evangelio nos muestra de qué manera Dios nos hace justos: es por fe, de principio a fin. Así lo dicen las Escrituras: ‘El justo por la fe vivirá.’ “Lutero se dio cuenta de que la justicia de Dios es un regalo. No es algo que podemos ganar.

Lo que viene por ley es ganancia, es merecido; pero lo que viene por gracia es un regalo inmerecido. En Jesucristo se da a conocer la gracia de Dios, porque todo lo que Él nos ofrece se recibe como un regalo. Él no nos exige que trabajemos para merecer su perdón y su amor; de hecho, no lo podemos ganar. Sólo lo podemos recibir por fe, como un regalo de gracia.

En cierta ocasión, el apóstol Pablo tuvo que confrontar al apóstol Pedro sobre este asunto. Pedro llegó a visitar a la Iglesia en Antioquía. Allí tenía compañerismo con todos los creyentes, tanto judíos como gentiles. Cenaba y convivía con todos. Pronto, sin embargo, se presentó un problema. Llegaron algunos representantes de la Iglesia en Jerusalén, una Iglesia compuesta principalmente de judíos. Bajo presión de ellos, Pedro se retiró del compañerismo con los gentiles y sólo se juntaba con los judíos.
Podríamos ver esto como un caso de discriminación, y lo fue. Pero Pablo reconoció que algo más estaba pasando. Se trataba, en realidad, de una confrontación entre la ley y la gracia. Al separarse de los gentiles, Pedro estaba volviendo al legalismo judío. Se estaba portando como si el hecho de separarse de los gentiles lo hacía más aceptable ante los ojos de Dios.

Pablo lo regañó fuertemente. Gálatas 2:16 registra lo que le dijo a Pedro: «Al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado.»

Tratar de obedecer la ley de Dios no logra justificar a nadie. La ley sólo nos puede condenar. La única manera de llegar a estar bien con Dios es en base a su gracia. Sólo su gracia nos puede justificar. Esa gracia llega a nuestras vidas por medio de la fe, de lo cual hablaremos más la próxima semana.

Más adelante en Gálatas 2, en el verso 19, Pablo dice: «Yo, por mi parte, mediante la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios.» La ley le había hecho ver a Pablo que era pecador, pero también le había revelado que sus esfuerzos por perfeccionarse y ganar la aprobación de Dios eran inútiles. Jamás podría ser perfecto, jamás podría merecer el amor de Dios, jamás podría ganarse el cielo.

La salvación es por gracia, y sólo por gracia; no es gracia más otra cosa. Es la gracia nada más. Esto se convirtió en uno de los principios básicos de la Reforma protestante, conocido como sola gratia. Dios nos salva, nos acepta y nos tiene de pie ante El solamente por su gracia.

Un hombre daba su testimonio en un culto. Habló de cómo Dios había conquistado su corazón y lo había librado de la culpa y el poder del pecado. Habló de Cristo y su obra, pero no dijo nada acerca de su propio esfuerzo. Cuando terminó su testimonio, el líder de la reunión se levantó para hacerle una pregunta. Este hombre era algo legalista, así que dijo: «Nuestro hermano nos ha hablado de lo que hizo el Señor para salvarlo. Cuando yo me convertí, tuve que hacer muchas cosas por mi propia cuenta antes de esperar que el Señor me ayudara. Hermano, ¿no hizo usted su parte antes de esperar que Dios hiciera el suyo?» El que había dado su testimonio le respondió: «Es cierto. ¡Se me olvidó! yo hice mi parte durante más de treinta años, corriendo en mis pecados para alejarme lo más posible de Dios. Esa fue mi parte. Y Dios me persiguió hasta que me alcanzó con su gracia. Esa fue su parte.» Así es la gracia de Dios.

Ahora déjame preguntarte: ¿bajo cuál principio estás viviendo tú? ¿Vives bajo la ley, esforzándote constantemente por agradar a Dios, pero jamás seguro de haber hecho lo suficiente? Hermano, nunca será suficiente. Recibe hoy la gracia de Dios. Descansa en su gracia, que Él te ofrece en Jesucristo. Su sacrificio en la cruz es suficiente. Confía en El. RÍNDETE PARA GANAR.

CDD TU CASA SAN ANTONIO OESTE

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

error: Contenido Protegido !!