ENTRE LO NATURAL Y LO ESPIRITUAL en Juan 4:23-26
No tenemos el relato de quién cavó este pozo, pero la tradición lo atribuye a Jacob, probablemente para prevenir contienda entre pastores rivales y para asegurar su independencia. Judíos, samaritanos y mahometanos, todos atribuyen o asocian este pozo con Jacob. La tradición dice que fue de una profundidad de 73 ms. Sin duda era más profundo en los tiempos antiguos. También anteriormente no dependía tanto de la lluvia para abastecerse de agua. Su agua dulce es preferida al agua cruda de la vecindad.
Hace algunos años la iglesia griega compró el terreno en que está el pozo, lo rodeó con un muro, edificó una capilla arriba del pozo y un templo grande a su lado. Cerca de aquí están sepultados los huesos de José, Josué 24:32.
Cristo habló a la mujer samaritana aquí, Juan 4:5-42.
¿Qué representa el pozo de Jacob en la Biblia?
Fue en este campo donde depositaron los restos de José, que habían llevado consigo desde Egipto, al ser esta su voluntad antes de morir (Gn 50:24-25, Ex 13:19). El pozo de Jacob se encuentra situado a solo 220 m de la tumba de José.
¿Qué significa pozo en lo espiritual?
En cada época, los pozos han tenido diferentes formas y significados. Los cuadrados simbolizan la Madre Tierra, los redondos, el Sol, mientras los de forma elíptica representan un espejo que refleja la vida pacífica de las aldeas. El pozo también es un sitio de encuentro y recreación de los aldeanos
En el comienzo de Su ministerio terrenal, el Salvador y Sus discípulos pasaron por Samaria, mientras viajaban desde Judea a Galilea. Cansados, con hambre y sed, debido a la jornada, se detuvieron en el pozo de Jacob, en la ciudad de Sicar. Mientras los discípulos iban en busca de comida, el Salvador se quedó cerca del pozo; al ver a una samaritana que había ido a sacar agua, le pidió de beber. Debido al rencor que existía entre judíos y samaritanos y al hecho de que no se hablaban con mucha frecuencia, la mujer respondió a la petición del Salvador con una pregunta: “… ¿Cómo tu, siendo judío, me pides a mi de beber, que soy mujer samaritana? …” (Juan 4:9).
Salvador se valió de aquel simple encuentro en el pozo para enseñar verdades poderosas y eternas. A pesar de su cansancio y sed, el Maestro aprovechó aquella oportunidad para testificar en cuanto a Su misión divina como el Redentor del mundo y para proclamar con autoridad Su verdadera identidad como el Mesías prometido. Con paciencia y consideración le respondió a la mujer:
“… Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: Dame de beber; tu le pedirías, y el te daría agua viva” Juan 4:10).
Intrigada y dudosa, y al ver que Jesús no llevaba recipiente para el agua, la mujer volvió a preguntar: “… ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” Juan 4:11). En una extraordinaria promesa, el Señor entonces declaró ser la fuente de agua viva, el manantial de vida eterna, diciéndole:
“… Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamas; sino que el agua que yo le daré será en el una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13-14).
Sin comprender en absoluto el significado espiritual del mensaje del Señor, la mujer, que pensaba solamente en satisfacer la sed física y su propia conveniencia, le exigió: “… Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” Juan 4:15).
La promesa del Salvador a esa mujer se extiende a todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Al vivir el Evangelio de Jesucristo, desarrollamos en nuestro interior una fuente viviente que satisfará eternamente nuestra sed de felicidad, de paz y de vida eterna.
Cuando la mujer contestó que sabia que el Mesías habría de venir, Jesús le dijo: “… Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26). El demostró Su poder de discernimiento profético mencionándole detalles personales en cuanto a la vida de ella que solamente alguien que tuviera percepción divina podría haber sabido. Azorada, la samaritana dejó su cántaro y se apresuró a contar a otros su encuentro con el Señor, diciendo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Juan 4:29). Mientras ella iba por la ciudad contando lo ocurrido, Jesús les enseñó a los Apóstoles, que habían regresado, que El ya tenía “una comida que comer, que vosotros no sabéis” Juan 4:32). Los discípulos, que llevaban la comida que habían conseguido, quedaron extrañados y el Maestro les explicó: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34)
Cuando llegó la multitud de samaritanos curiosos para ver y oír al hombre que proclamaba ser el Mesías “le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días” (Juan 4:40).
Estos últimos días son un tiempo de gran sed espiritual. Hay muchas personas en el mundo que buscan intensamente una fuente refrescante que pueda satisfacer su anhelo de encontrar significado y dirección en su vida;
El Señor proporciona el agua viva que puede satisfacer la sed ardiente de aquellos cuya vida esta reseca debido a que hay sequía de la verdad.
Así como en el pozo de Jacob, también en la actualidad el Señor Jesucristo es la única fuente de agua viva, el agua que apagara la sed de aquellos que sufren de la sequía de verdad divina que tanto aflige al mundo. Las palabras del Señor para el antiguo Israel, pronunciadas por el profeta Jeremías, describen la condición de muchos de los hijos de Dios en nuestros días:“… Mi pueblo … me dejaron a mi, fuente de agua viva, y cavaron … cisternas rotas que no retienen agua” Jeremías 2: 13).
“Al vivir el Evangelio de Jesucristo, desarrollamos en nuestro interior una fuente viviente que satisfará eternamente nuestra sed de felicidad, de paz y de vida eterna.”
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