NADA HAY IMPOSIBLE – DIOS JAMAS LLEGA TARDE.
En los momentos de desánimo, recuerden a la viuda de Naín Especialmente cuando sentimos que se olvidan de nosotros o nos ignoran, debemos recordar: Jesús acudió a ayudar a la viuda precisamente en un momento en que ella lo necesitaba y acudirá en nuestra ayuda también. A veces, podemos sentir como que Dios no es parte de nuestra vida diaria. Hoy pienso en una mujer del Nuevo Testamento que puede que se sintiera así. No se le da nombre en las Escrituras, sino que se la conoce por el nombre de su pueblo y por su estado civil.
La mujer es la viuda de Naín y solo Lucas el evangelista registra su asombrosa historia. Ella representa para mí la esencia del ministerio personalizado del Salvador y cómo tendía la mano a las personas sencillas y desanimadas de la sociedad de entonces. Este relato resuelve claramente la cuestión sobre si Dios nos conoce y se preocupa por nosotros.
Jesús detiene un cortejo fúnebre y devuelve a la vida a un joven que había muerto. Como sucede en todos los milagros, pero sobre todo en este, el contexto es vital para comprender ese incidente.
Naín era una pequeña aldea agrícola en tiempos de Jesús, situada junto al monte Moré, el cual marcaba el límite del lado este del valle de Jezreel. El pueblo en sí estaba apartado de las rutas transitadas. Un simple camino era todo lo que había para acceder a él. Durante la época de Jesús, este asentamiento era pequeño y relativamente pobre y así ha permanecido desde entonces. En algunos momentos de su historia, ese pueblo tenía nada más que 34 casas y solamente 189 personas1. Hoy en día es el hogar de aproximadamente 1500 habitantes.
Lucas comienza su relato señalando que Jesús estaba en Capernaúm el día antes y había sanado al siervo del centurión (Lucas 7:1–10). Luego, nos enteramos de que un día “después” (versículo 11), el Salvador fue a una ciudad llamada Naín, acompañado por un numeroso grupo de discípulos. Esta cadena de acontecimientos es muy importante. Capernaúm está situada en la orilla norte del mar de Galilea, 183 metros por debajo del nivel del mar. Naín está aproximadamente a 50 km al suroeste de Capernaúm, a 215 metros sobre el nivel del mar, por lo que se requiere hacer un arduo camino cuesta arriba hasta Naín. Para ir a pie desde Capernaúm hasta Naín, se tardaba al menos uno o dos días. Hace poco, un grupo de jóvenes estudiantes del Centro de Jerusalén de BYU tardaron diez horas en hacer esa ruta a pie sobre carreteras pavimentadas. Esto significa que Jesús probablemente tuvo que levantarse muy temprano o posiblemente viajar a pie durante la noche para interceptar el cortejo fúnebre el día “después”.
Cuando Cristo se acercaba a la ciudad después de un viaje muy exigente, sacaban a un joven probablemente de unos veintitantos años sobre una losa funeraria. Lucas nos dice que este joven era el único hijo de una viuda y algunos eruditos interpretan que el texto griego sugiere que no tenía ningún otro descendiente. Un numeroso grupo de aldeanos la acompañó en esta tragedia familiar, la más desgraciada.
Obviamente, que se muera un hijo sería una tragedia para cualquiera, pero consideren lo que suponía para esta viuda. ¿Qué significaba social, espiritual y económicamente estar viuda sin un heredero en el antiguo Israel? En el Antiguo Testamento, se creía que si un esposo moría antes de llegar a la vejez era una señal del juicio de Dios por un pecado. De ese modo, algunos creían que Dios estaba castigando a esa viuda que sobrevivía. En el libro de Rut, cuando Noemí enviudó a una edad temprana, se lamentó: “¿Por qué me llamáis Noemí, si ya Jehová ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido?” (Rut 1:21)
No solo había dolor espiritual y emocional, sino que la viuda de Naín también se enfrentaba a la ruina económica, posiblemente incluso a pasar hambre. Al contraer matrimonio, una mujer era asignada a la familia de su esposo para que estuviera protegida económicamente. Si él fallecía, entonces era el hijo primogénito al que se encomendaba su cuidado. Ahora que este hijo primogénito y único estaba muerto, a ella no le quedaba protección económica. Si su hijo tenía veintitantos años, ella probablemente era una mujer de mediana edad, que vivía en un pequeño pueblo agrícola y que ahora se encontraba espiritual, social y económicamente en la indigencia.
Precisamente, durante el breve período de tiempo en el que los aldeanos sacaban al hijo de esta mujer para sepultarlo, Jesús se encontró con el cortejo y “se compadeció de ella” (Lucas 7:13). En realidad, Lucas podría quedarse muy corto al decir esto. De alguna manera, Jesús percibió la situación absolutamente desesperada de esa viuda. Quizá ella había pasado la noche tumbada en el piso de tierra, suplicando al Padre Celestial saber el porqué. Quizá incluso se estaría preguntando por qué Él requería de ella que siguiera viviendo en esta tierra. O quizá estaba aterrada en espera de la soledad a la que se iba a enfrentar. No lo sabemos. Pero sí sabemos que el Salvador decidió salir de Capernaúm inmediatamente, lo cual pudo haberle hecho caminar por la noche para interceptar el cortejo fúnebre justo antes de que enterrasen el cuerpo.
Sí, cuando vio la cara de ella cubierta de lágrimas mientras caminaba tras el cortejo, Jesús sintió gran compasión por esa mujer, pero parece que Su compasión procedía de los sentimientos que había experimentado mucho antes de que se le “ocurriera” alcanzar aquel séquito funerario. Había llegado allí precisamente en el momento en que ella lo necesitaba.
Después Jesús le dijo a la viuda: “No llores” (versículo 13). Sin temor a la impureza del ritual, Él “tocó el féretro” y los del cortejo “se detuvieron”. Entonces mandó: “Joven, a ti te digo, ¡levántate!
“Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre” (versículos 14–15). Naturalmente, la multitud de aldeanos y seguidores de Jesús se sorprendió conforme el dolor que compartían se transformaba en gozo puro. Todos ellos “glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” (versículo 16). Pero este milagro también trata sobre el rescate de un alma desesperada. Jesús se preocupó porque algo era muy injusto para aquella mujer, alguien que era considerada insignificante en su cultura. La situación en que ella estaba clamaba Su atención inmediata, aunque tuviera que viajar lejos para estar allí con exactitud en el momento justo. Él conocía la desesperada situación de ella y acudió rápidamente.
Asimismo, una lección del ejemplo de nuestro Salvador que podríamos aprender es la importancia de tender la mano para bendecir a las personas a nuestro alrededor. Muchas de las personas que conocen estarán desanimadas de cuando en cuando. Si les pueden hablar sobre la “hermana Naín” y de cómo el Señor conocía con exactitud su desánimo y su gran crisis personal, eso podría cambiarles la noche en día.
De todos los milagros que hizo Jesús durante el tiempo que estuvo en la tierra, para mí, hay pocos tan tiernos y compasivos como el de Su ministración a la viuda de Naín. Nos recuerda que somos importantes para Él y que nunca se olvidará de nosotros. No podemos olvidar eso. NUNCA LLEGA TARDE, PORQUE PARA ÉL, NADA HAY IMPOSIBLE!
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