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Amor: Un Espíritu Fuerte y Valiente

Iglesia Cristiana Evangélica

 

PROJIMO o PROXIMO?

Cuando leemos una historia de amor o cuando vemos una película donde una familia vive unida y feliz, no alcanzamos a vislumbrar lo que implica realmente esa historia de amor. Ni lo que le cuesta a esa familia hacer a un lado las diferencias, o pasar por alto las ofensas, disculpar las manías del cónyuge y/o aceptar al abuelo o a la suegra con sus limitaciones.

 

El amor en la familia es un trabajo de todos los días. El amor en la familia no es un interruptor que se activa el día del matrimonio y ¡listo, la familia vivirá feliz en un amoroso hogar para siempre! Jesús sabía que el amor no es para espíritus blandengues, sino para almas fuertes que saben negarse a sí mismos con tal de dar a los demás sin esperar nada a cambio.

 

El nuevo mandamiento

Cristo que pasó por todas partes haciendo el bien (Hechos 10:38) y que nos pidió que aprendiéramos de su mansedumbre y humildad (Mateo 11:29). Él dijo con toda su autoridad divina. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” (Juan 13:34).

 

El amor no es un sentimiento o una emoción como las mariposas que sienten los enamorados o los novios. Esos son sentimientos pasajeros, emociones superficiales, que tienen un gran valor para el futuro de la pareja por los recuerdos que marcan, pero no son los sentimientos los que mantienen la unidad de una familia.

 

El amor es un movimiento de la voluntad, es una decisión propia de un espíritu fuerte y valiente, porque el amor implica un sacrificio. Negarse a sí mismo, implica renunciar a la propia comodidad para servir a los demás. Implica desprenderse de las cosas que nos gustan para regalar a los demás, implica preocuparse por consolar a los otros y ser empáticos.

 

Pero no se trata sólo de abnegación, porque la gran paradoja de este mandamiento es que haciendo ese sacrificio continuo, encontraremos que nos sentimos más felices y satisfechos. El sacrificio del amor duele, pero nos llena de satisfacción. ¡Y, puesto que Jesús nos ama hasta la muerte, sólo quiere nuestra felicidad!

 

El mandamiento nuevo semejante al primero

Jesús trastoca los valores judíos de su época y les dice algo desconcertante. Amar a tu prójimo es semejante a amar a Dios y no puedes pretender amar a Dios, si no amas a tus hermanos. Por eso, Juan escribe: Si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros (1 Juan 4:11-12).

 

De tal manera que es contradictorio decir que amamos a Dios a quien no vemos si no amamos a nuestro prójimo a quien sí vemos. Sería una mentira y un engaño decir que amamos a Dios si aborrecemos a nuestros hermanos (1 Juan 4:20).

 

Pero si este mandamiento de amar a los demás aplica para quienes no conocemos o incluso para los que nos ofenden, cuánto más debemos aplicarlo para ese prójimo que es el más próximo. Estamos hablando de nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestros padres y en general la familia. Ahí hemos de aplicar la regla de oro: de hacer a los demás lo que queremos que nos hagan (Mateo 7:12).

 

Y la recompensa llegará más abundante de lo que creemos, porque  lo invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí… Si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía.  Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan (Isaías 58:9-11). Porque el que a su prójimo recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Mateo 10:40).

 

CONCLUSIÓN

Cristo se toma en serio el amor a nuestros hermanos. A veces puede suceder que somos más críticos y más rudos y que mostramos más malhumor con quienes menos debiéramos. Los que más queremos, nuestra familia, los hijos, el cónyuge. Si para alguien aplica el amor al prójimo, es precisamente comenzando desde la casa que son quienes están más próximos a nosotros: los padres, los abuelos, que tanto requieren de nuestra compañía, amor y perdón.

 

Nuestros hijos no pueden recibir el malhumor que acumulamos por el trabajo, por las presiones o por cualquier otra frustración. Amando a cada miembro de nuestra familia también amamos a Cristo y esta es una manera hermosa de evangelizar a nuestros próximos.

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